domingo, 30 de marzo de 2014

ANA Y LAS SIRENAS




Ana Clavel admira un ejemplar del sirenario, mientras autografía CorazoNadas (Monterrey, Posdata Editores, 2014), oculto detrás de La música de las sirenas.
Luego de la presentación nos fijamos un reto. Escribir un relato breve sobre el corazón de la sirena. He aquí el suyo, inédito hasta ahora, con unas palabras liminares: 

"Pues ya tengo el Corazón de sirena. Como quedamos de escribir cada quien el suyo, aquí te lo adjunto:

Corazón de sirena
Tenía una concha de caracol por corazón y cuando los hombres —esos bípedos incorregibles— la abandonaban, se lo llevaba al oído. Al escuchar el ritmo del oleaje, su cola se humedecía, sus cabellos brillaban de nuevo, lista para una nueva travesía.
También usaba su concha-corazón para quedarse dormida sin necesidad de abrir los ojos.

Muchos besos.
Ana"


PD: Admirada Ana, cuando termine el mío, lo subiré a este mismo lugar. 
Ya concluido el propio, presentado a la duelista y con su visto bueno, les comparto el de este escribidor, que da por concluido el duelo, las partes conformes.


ARGONÁUTICA
Ahí nada se agitaba, ni el graznido de las gaviotas se escuchaba, tampoco el salto juguetón de los delfines salpicaba el agua marina, nada se movía, menos las olas. El mar era un apacible manto líquido donde se contemplaban las nubes en su tránsito celeste.
Cuando remontamos ese horizonte marino, el tritón me entregó un carcaj con tridentes y arpones. Entonces me dijo, Ve por ella, señalando con el índice la superficie bruñida del mar, En algún lugar de este firmamento la encontrarás. Luego se zambulló en la planicie marina.
Ya tenía edad para la caza, así que mi primer oficio de hombre fue atrapar una sirena, remontarla hasta una escollera, colocarla sobre una roca para desollarla, menudear su carne y extirparle el corazón, envolverlo con sargazos, guardarlo en el carcaj y transportarlo a los aposentos del venerable rey. Nadie debía tocar el corazón de la sirena, sólo él. Así lo mandatan los usos y tradiciones que gobiernan nuestra tribu de cazadores marinos.
Cumplida la encomienda, regresé a casa. Al entrar, por un rumor de mi madre, me enteré que el corazón de las sirenas sirve para alimentar al viejo rey en sus noches de amor. De los fogones se lo llevan a la mesa, sofrito, salpimentado, rebanado en finos trozos ovoidales, que engulle sin masticar. Cuando termina su cena, se encierra en su alcoba nupcial, adonde le llevan una ninfa o una nereida en etapa de ninfulidad para que retoce con ella. También logré escuchar, ya en tertulia con los viejos en la caverna, que tal costumbre se remonta a la más añeja antigüedad, cuando el Rey de los Argonautas avasalló aqueste mundo de la sal. 
Una nereida me confió, en noche sin luna y tendidos en un remanso, que el rey las desnuda, olfatea sus muslos y lambe su trasero hasta que la baba se le escurre por las barbas, luego duerme cual roca abisal. Entonces ellas, la noche libre y el tálamo inmenso, buscan entre los ujieres o, cuando no están disponibles, entre ellas se regalan una noche de harta pasión.