miércoles, 31 de diciembre de 2014

PARA LOS ENCORDADOS


Muchos amigos entusiastas me han estado preguntando acerca de la antología sobre el box: “Knockouts en el primer asalto. Microrrelatos en el ring”; el proyecto lo comenzaré a realizar y por cuestiones económicas, en esta ocasión no invitaré a muchos amigos del extranjero, la mayoría seremos de México para ahorrar gastos de envío.
Espero contar con tu colaboración; te mando el cartel en JPG.
Saludos cordiales, un abrazo y feliz 2015.


Aldo Flores Escobar, mail: bach_suite1@yahoo.com


PS: Al querido Aldo, ustedes ya lo conocen por ese feliz trabajo donde reunió a un centenar de autores en Futbol en breve. Microrrelatos de jogo bonito

sábado, 27 de diciembre de 2014

domingo, 21 de diciembre de 2014

lunes, 15 de diciembre de 2014

UNA DE SIRENAS

Ángela Mar Camacho Mayorquín


Hace tiempo que había dejado las olas, su cola había trasmutado en dos torneadas piernas, casi había olvidado su origen sirenístico de no ser que cada que veía a ese marino, añejado lobo del mar, su corazón se aceleraba, sus pupilas se dilataban y todo el mar se le salía entre las piernas.



viernes, 12 de diciembre de 2014

ÁCIDO SALUDABLE

Homero Quezada

A mi amigo Javier Perucho

Amaba la tersa sinuosidad de su trasero; sus caderas, generosas parábolas donde mis manos se aprestaban a asimilar enseñanzas edificantes, eran festín y consagración de mi deseo.
 Una vez, alelado, mientras la miraba alejarse, de pronto se volvió y me dijo:
 —¿Qué tal, eh? Puro omega 3.
 Supe así que era una sirena.


miércoles, 3 de diciembre de 2014

ESTAMPAS DE ANA

Paseo nocturno con Ana María Shua, quien posa junto a La Catrina, otro fenómeno de circo. En el libro homónimo incluye una estampa sobre Julia Pastrana, la más pilosa mexicana.









Ana María Shua, Fenómenos de circo, Buenos Aires, Emecé, 2011, 195 pp. (Escritores Argentinos) [Premio Nacional de Cuento 2014]

domingo, 30 de noviembre de 2014

TALLER CON EL MAESTRO VALADÉS

Edmundo Valadés, director, El Cuento. Revista de Imaginación, 
año 1, núm. 1, tomo 1, mayo, 1964.

En el taller de creación literaria que el maestro impartía cada miércoles por la tarde en las instalaciones del museo Álvar y Carmen Carrillo Gil, a fines de los años ochenta, nos enseñó la economía del género, la poética aristotélica que lo rige, su diversa unidad —temporal, espacial y acteal—, extensión vicaria y, para no desparramarse, un protagonista y un solo incidente que los gobierna, en cuya atmósfera se desempeña, además de una estricta observancia de la administración neoliberal en el gasto e inversión de las palabras durante la factura de cada cuento, breve o tradicional. Sobre todo, la distinción que individualiza al minicuento, como él gustaba llamarlo también, que lo separa y diferencia de la fábula —con quien comparte brevedad—, el chiste —alejado de él por su fugacidad y perennidad—, la adivinanza —por la tradición oral que la soporta y su afán moralizante—, entre otras expresiones literarias que se rigen por las arquitecturas de la brevedad. Entre sus enseñanza más finas y memorables también mostró que la revelación y la narratividad, aunque ésta no era palabra suya, son los elementos distintivos connaturales.
Al inicio de cada sesión, sentado ante su escritorio y con ésa su voz de jefe tribuno, el maestro leía un cuento que ejemplificaba la lección del día. El silencio se imponía desde que seleccionaba el volumen distinguido. Nadie se movía, arrobados como estábamos por sus cadencias de lectura. Aquí es el lugar para anotar que los acervos que componen su biblioteca se especializaban en el cuento. De sobrevivir, ahí tendríamos el mejor espacio para estudiar el género en sus más variadas tradiciones.
De seis a ocho de la tarde, su taller se aglomeraba de noveles escritores, aspirantes a serlo y curiosos. Uno por uno, los miembros activos leían, en voz alta y para toda la concurrencia, sus respectivos ejercicios de escritura, después venía la angustia de las observaciones comunitarias y los juicios, o el espasmo del silencio aprobatorio. En llegando su turno, don Edmundo comentaba ripios, deshacía cacofonías, marcaba desaciertos ortográficos o sintácticos, subrayaba la importancia de las acciones o la carencia de tensión dramática en el pinino recién leído. Luego sugería lecturas —principalmente de cuentos— para cada uno de los talleristas que participaron en esa sesión. A éste, tal narración para entender cómo se resolvió el uso de los gerundios; a aquél, tal otro para copiar los usos del punto y coma; a zutano, otro más para hacerle entender las virtudes del cuento que arrancó in media res.
La lectura colectiva entre los integrantes del taller hacía que cada escritor en ciernes, quien escuchaba su ejercicio narrativo invariablemente en voz del maestro, se percatara de sus tropiezos, yerros gramaticales, desplantes metafóricos, anfibologías y otras linduras que impedían que el ejercicio cuajase en una narración válida en sí misma. Don Edmundo mostraba cómo darse cuenta de las frases descoyuntadas de la masa narrativa y cómo integrarlas o desecharlas del cuento en preparación. El final acarreado y pastoreado desde el incipit. Desde luego, también invertía parte de los ciento veinte minutos de que constaba oficialmente la clase en revisar, comentar y enmendar otras tareas oficiosas cuya mira estaba puesta en la factura de un relato —de los otros, sin adjetivos. Un número considerable de ejercicios que ahí se revisaron o comentaron, más tarde fueron publicados en las páginas de la revista para dicha de sus autores.
La velada en torno al maestro se congregaba al terminar el tiempo de la clase, por que era eso, una clase. Más tarde la tertulia: compartía con los pupilos sus experiencias de vida al lado de Juan Rulfo, el encuentro azaroso con tal libro de relatos, la visión fugaz de unas piernas núbiles, la anécdota sobre la manera en que concibió “La muerte tiene permiso”, o el desafío de buscar a este cuento un final diferente al plasmado en el libro.
A uno le entregaba el libro solicitado en préstamo, a otro le mostraba con un ejemplo literario el uso de los dos puntos; a otro le enseñaba el prodigio de los relatos concéntricos de Revueltas; a otro más le exigía que le devolviera el libro de cuentos que le había prestado. En otra ocasión, nos contaba el milagro de una dama cuyas desnudas y torneadas piernas había entrevisto al cruzar la avenida Insurgentes. Luego nos despedía, “Nos vemos el miércoles.” Andando despacio, salía del recinto para dirigirse al estacionamiento.

jueves, 27 de noviembre de 2014

BUENA NUEVA


José Emilio Pacheco, La sangre de Medusa y otros cuentos marginales, México, Era-El Colegio Nacional, 2ª ed., 2014, 166 pp.

martes, 25 de noviembre de 2014

VALADESIANA

Ahora sí, la muerte tiene permiso.

lunes, 24 de noviembre de 2014

EL AFORISMO, UN ARTE DEL BISTURÍ


“Las tareas del bisturí. El aforista mexicano”, en Excélsior, 23 de noviembre, 2014, sección Expresiones, p. 4.

martes, 18 de noviembre de 2014

TALACHERÍA

Por cambio de aceite, alineación, balanceo, un poco de hojalatería y unos brochazos más de pintura, quedo fuera del mundo por un tiempo.

viernes, 14 de noviembre de 2014

lunes, 10 de noviembre de 2014

martes, 4 de noviembre de 2014

HERÁLDICA LITERARIA

El sirenario entre los bestiarios mexicanos

Fauna en la República de las Letras: El manatí, el cocodrilo, el ajolote, el tigre, el dinosaurio, el tlacuache, las vacas, el pegaso y la sirena, son los animales emblemáticos de la literatura mexicana. Cada uno de estos animales fantásticos, domésticos o selváticos se encuentra representado en sendos libros publicados en México durante el transcurrir de su último siglo. Los bestiarios tienen un pulso dominante en la narrativa mexicana.
Asimismo, con una variedad de sobrenombres, en ella se conoce amistosa o familiarmente a muchos de nuestros escritores, apodos que ellos mismos aceptan que se estampen en las carátulas de sus libros. Expongo dos ejemplos para ilustrar esta afición por la zoología de los literatos mexicanos. En el reciente homenaje que en la Ciudad de México se le rindió al poeta Efraín Huerta una mediana escultura de cocodrilo abría la procesión que recorrió las calles de la metrópoli; y en la más reciente recopilación de su narrativa periodística —El otro Efraín. Antología prosística— la cauda de este lagarto anima su portada. A don Efraín se le conocía con el sobrenombre de el Gran Cocodrilo. Otro caso llamativo es el de Eduardo Lizalde, cotidianamente asociado en la vidita literaria con el mote de El Tigre. Lizalde es un poeta que en su trato acepta que se refieran a él con el sobrenombre de sus batallas literarias o lo interpelen por su nombre ciudadano. El Tigre, por cierto, también incursionó en estos ámbitos de las animalias disconformes, pero en la modalidad de las plantas carnívoras, maléficas, soporíferas o venenosas. Su libro lleva por título Manual de flora fantástica.
Asimismo, esta afición por la zoología se haya cultivada en los bestiarios, que abundan en la literatura mexicana tanto en formas métricas como en prosísticas. Uno de ellos fue dedicado al manatí —Ocaso de sirenas, esplendor de manatíes—, acaso el más famoso de los bestiarios mexicanos, que fue pergeñado por el colonialista peruano José Durán al documentar las metamorfosis del manatí en sirena en el imaginario del conquistador y sus apariciones en las crónicas y libros del conquistador. Tal vez compita éste en fama con el bestiario de Juan José Arreola, Punta de plata, luego bautizado como Bestiario, de indudable gloria.
Otro animal representado en el universo prosístico mexicano es el ajolote, cuya pesquisa literaria corrió a cargo de Roger Bartra y cuyos hallazgos se encuentran en Axolotiada. Vida y mito de un anfibio mexicano, una especie de retrato idiosincrásico del pueblo mexicano, trazado a partir de este anfibio afincado en el lodo de los charcos. Ahí se recoge una diversidad de narrativas venidas de otras centurias hasta aparcar en las pergeñadas durante el presente siglo. Tal muestrario de batracios no dejará de asombrar a los lectores por la arqueología cultural con que emprendió su búsqueda este ensayista, pues lo mismo espigó entre acervos antropológicos, biológicos, plásticos y literarios para sostener una ontología del ser mexicano a partir de este residente de las aguas turbias.
Otro animal acosado por los literatos es el tlacuache, una especie de zarigüeya mexicana. En Mitos del tlacuache, Alfredo López Austin rastrea las configuraciones simbólicas de este animal en las cosmogonías de los antiguos mexicanos. Los descubrimientos, asociaciones y comparaciones de este mamífero con el perdido mundo indígena no dejarán de asombrar al erudito ni al neófito por la minucia con que rastreó en la historia y etnografía para entresacar el significado hermenéutico de este roedor en la cosmogonía mesoamericanos, tan apreciado por los pueblos aborígenes.
Y qué decir de la vaca, ese rumiante apacible que nos observa desde la vera del camino. Pues bien, Jacobo Sefamí le dedicó una parte de su tiempo vital para acercarle su pastito en la antología Vaquitas pintadas, que acoge muy bien sus mugidos en un volumen hermoso por la cantidad de poetas, narradores y demás plumíferos que se han detenido para dedicar un soneto, un relato o una viñeta a la dueña de la leche y la costilla nuestras, cuyas representaciones más antiguas —lo saben ustedes bien— se localizan en los textos sagrados de la India, la China de los emperadores, el Siglo de Oro y en las plumas más ilustres de las centurias recientes.
Afirma uno de los poetas ahí pastoreados:

Y las vacas mugirán con las ubres hinchadas,
con la cola espantarán las moscas y tendrán la
piel húmeda
y palpitante,
y ella pensará,
pensará que se burlan de ella y de su recuerdo y de las
manos del hombre oprimiendo sus pechos […]

En este recuento cómo podrían pasar desapercibidos los dinosaurios si desde Monterroso están presentes en el cuadro de honor de la heráldica literaria. Augusto Monterroso nos dejó un fiel retrato de este bicho extinguido en una página memorable de su ponderada obra literaria. Inspirado, por cierto, en una experiencia del guatemalteco, mientras convivía con José Durán en la Ciudad de México.
Otro animal fantástico presente en la imaginación narrativa es el pegaso, pero qué hace este equino alado en la literatura mexicana. Nomás les cuento una estampa para ilustrar su preeminencia en el imaginario nativo. En el patio central de Palacio Nacional, sede del poder presidencial mexicano, en la cúspide de una fuente de agua se asienta una escultura del caballo con alas. El emblema lo persiguió afanosamente Guillermo Tovar y de Teresa en El pegaso o el mundo barroco novohispano en el siglo xvii. Para él representó un símbolo de autonomía, liberación y mestizaje en la Nueva España.
Y como todos estos animales pastan libremente por las calles y pasillos de mi país, finalmente llega el turno de las sirenas, cuyas siluetas hallamos representadas alegremente en pescaderías, malecones, llaveros, muñecas, abrecartas, portadas de libros o discos, además de anuncios publicitarios, canciones y murales, entre un sinfín de artesanías más. Estos seres inutilizados por sus mitades, fueron espigadas por Alejandro García Neria, en su vertiente lírica, en Sirenas y toros en la poesía. Por su trabajo conocemos los empeños de los poetas por entonar la canción de la sirena en las literaturas de Occidente, donde la Décima Musa dejó estampado en “En que cultamente expresa menos aversión de la que afectaba un enojo” su versión sobre este símbolo acuático y terrero, legado homérico:

No amarte tuve propuesto;
¿mas proponer de qué sirve,
si a persuasiones Sirenas
no hay propósitos Ulises,
pues es, aunque se les prevenga,
en las amorosas lides,
el Griego, menos prudente,
y más engañosa Circe?

Finalmente, en medio de esta tradición cultural quiero suscribir el sirenario de La música de las sirenas, en el que he rebuscado las apariciones de la sirena en el microrrelato hispanoamericano. Espiga que implicó un par de años vestido de argonauta para atrapar las inmersiones de este animal anfibio en la prosa breve en lengua española. No estarán todas y cada una de sus apariciones, es verdad, pero el propósito fue conclusivo, pues documenta su traspaso y cultivo en las comarcas del microrrelato, apuntala sus cultivadores, obras señeras, agrimensores principales, ecos y resonancias en las tradiciones literarias de Hispanoamérica. Ya ustedes mis lectores luego me dirán si este trabajo del Ulises gustoso, bastó para que se aprendieran y luego tararearan las canciones que entonan las sirenas en las narrativas nacionales.
Este argonauta, un mero chalán de Odiseo, les agradece que no se hayan tapiado el cuenco de sus oídos ni vendado sus pupilas para escuchar el canto sibilante de La música de las sirenas, anfibios que no le cantaban a Ulises ni mucho menos a Homero, nomás contaban sus cuitas de amor.

Nota bene: texto de presentación de La música de las sirenas, Feria del Libro de Carabobo, Venezuela, 14 de octubre, 2014.


Durante el bautizo del libro: pétalos de rosas escanciados al término de la presentación por la mano madrina de Geraudí González y Violeta Rojo.