miércoles, 25 de abril de 2012

ÁLBUM DEL SUR PROFUNDO

Sexta estampa
Por la marcha estudiantil quedó suspendida la sesión del seminario. Cierran la universidad en previsión de disturbios, aunque estaré siguiéndola para reportearla. Mientras, los dejo con la voz, creación y talento de los seminaristas.

ILUSIÓN

Iván Tapia Saavedra
Se bajó de la cama antes del amanecer. Nunca había pasado una noche en vela, pero la promesa que su madre le había hecho el día anterior bastaba y sobraba para animar su imaginación revoloteante. Aquel día conocería el mar.
Todavía de noche, se apresuró en ponerse su único short, que serviría como traje de baño. Había observado en una revista que algunos se ponían gorros plásticos en la cabeza… ¿sería necesario?
Escuchó que su madre se levantaba y ponía la tetera para hacer el desayuno.
—El bus pasa a las diez —le dijo—, te has levantado muy temprano.
El niño sonrió y siguió ordenando sus cosas con rigor militar. Una vez listo, se sentó sobre su bolso a esperar.
Llegada la hora, salieron a la calle y subieron al bus. El niño no tardó en quedarse dormido. Cuando despertó, había llegado a un lugar rebosante de pequeños puestos de comida. Caminaron un par de cuadras hasta que se detuvieron frente a un pequeño restaurante.
—Espérame aquí —le dijo la madre y entró al local. A los pocos minutos salió de la mano con un hombre que lo miró sin saludarlo.
—Vamos —dijo el desconocido.
Los tres se pusieron en marcha hacia la costa. De repente, algo lo detuvo. Creyó escuchar el sonido de una ola. Nunca lo había escuchado antes, así que no podía estar seguro. Siguió caminando hasta que presintió que detrás de aquella pared vería el mar. Podía sentirlo, podía escucharlo.
—Aquí es —dijo el desconocido, deteniéndolo detrás de una hilera de personas.
Fueron avanzando poco a poco hasta llegar a una boletería. El hombre sacó unos billetes y luego entraron a una sala oscura y hedionda donde, al fondo, después de un rato, el azul deslavado de unas olas moribundas brilló por fin ante los ojos del muchacho.
—Así que esto es el mar —dijo metiendo su bolso bajo la butaca, mientras su madre se abría espacio bajo el brazo del desconocido.

NOCHE ESPECIAL

Paulo Arias-Ruiz
Mi primer encuentro con él no lo recuerdo. Me dicen que el mar tocó la puerta.

LA PRIMERA VEZ QUE CONOCÍ EL MAR

David Chávez
Ese día caminaba presuroso de la mano de mi madre, sorteando charcos nauseabundos y cabezas de pescado, como si me moviera entre una gigantesca sopa podrida. “Los tiraron mar rieles tren comadre llore no más sabemos”, escuché que la vieja le decía a mi madre. Ajeno a todo, solté su mano y corrí hasta llegar al muelle. Imaginé entonces a mi padre trabajando en el fondo del mar, junto con otros hombres, construyendo un camino para que el ferrocarril submarino hiciera más fácil mover los sacos de mariscos que los pescadores amontonaban abajo, en el embarcadero. La brisa marina comenzaba a mojarme la cara y el viento latigueaba. Estaba seguro que había sido mi padre quien enviaba esa comida. Pero ya no quería comer más mariscos.

LA REVELACIÓN

Gastón Lazo de la Vega L.
Habían cruzado los secretos túneles del tiempo, dejando atrás los sagrados montes verdes, allí, donde las vidas y las muertes no sabían más que repetirse.
Luego de semanas arrastrándose por pedregales llegaron a la costa con hambre de lobo. Las miradas hoscas relajaban la ira contenida que disolvía las paredes estomacales. Súbitamente ya no distinguían los sueños de los delirios. Fue en ese momento que un graznido de gaviota rajó el cielo, bañando de sal el olfato de los caminantes. Uno de ellos señaló la colina más alta, y con un gruñido indicó que nadie lo siguiera, que para atraer a las ballenas debía conectarse solo. Ágil, por la fuerza que le imprimía la ilusión del gran encuentro con el cetáceo, logró empinar su contextura hasta la roca más erguida, desde donde la mirada se perdía entre los azules. Un vacío se apoderó de su mente al contemplar la moderna bahía.

CUANDO CONOCÍ EL MAR

Christian Troncoso
Cuando conocí el mar, pensaba que las ballenas eran micros en horarios punta, que los pelícanos eran hombres de pelo blanco y que las olas eran saludos constantes. Pensaba que el mar debía ser muy afectuoso para saludar a cada persona que lo visitaba. Hasta que un día, fue él quien nos visitó a todos en la ciudad. Entonces conocí el mar. 


 Ilustración: Pía Aldana, artista visual chilena, alumna del taller, cuya exposición itinera por las ciudades de Chile.