viernes, 10 de febrero de 2012

RAZÓN DE LITERATURA

Ficticiar
Como si no tuviera nada que hacer, llego cuarenta minutos antes de la presentación del libro. Espero afuera del Palacio de Bellas Artes a que transcurra el tiempo. Ráfagas de viento y una tarde nublada obligan a parapetarme detrás de una inmunda columna del mausoleo. Luego de las siete llegan dos amigos (Daniela y Rubén), café en mano, que beben apresuradamente para que nos dejen entrar los siempre celosos ujieres que cuidan que los paseantes entren por el debido carril de entrada. Atravesamos el recinto para entrar a la sala Adamo Bari. Los comentaristas ya están instalados en sus respectivos lugares de la mesa. Instantes después comienza el rito de la presentación. En su momento toca el turno a  Rubén Pesquera Roa, quien reseña una de las experiencias que como ficticiano le tocó protagonizar. Menciona el ejercicio: “La elefanta”. A su autor: Alfonso Reyes. Al jurado, cuyo nombre se guarda. Declara que fue de los ejercicios más exigentes que vivió como tallerista, pero que el jurado, “literal y literariamente”, al final del concurso “nos mentó la madre”. Me siento sorprendido por tal declaración, pues no sólo identifico el caso por la narración y su autor, y recuerdo aquella oportunidad en que me solicitaron ser jurado de la Marina, uno de los puertos de Ficticia, certamen que recuerdo perfectamente haber declarado desierto por razones de literatura. Mis notas han de estar por ahí al igual que los ejercicios de los talleristas participantes. No los expongo —notas y ejercicios— por respeto a la figura del autor, pues varios de ellos se están haciendo de un nombre propio en el horizonte de las letras. Los presentadores insistieron varias veces en ese “laudo”, entonces me levanté para protestar. Debí recordar a los panelistas que había sido por tres ocasiones jurado en el portal de Ficticia. Y nunca nadie había señalado tal improperio o sinrazón, que descalificaría a cualquiera a ejercer esa encomienda tan distinguida.
Al finalizar la charla me acerqué al doctor Pedraza, director fundador del taller, para saludarlo y reclamarle tales infundios, a lo que me respondió que eran meras invenciones de ficticiano, otra forma suya de ficticiar. No insistí más, aunque una de las presentadoras me señalaba diciendo, ya no sé si medio en broma o medio en serio, que ahí arriba del estrado corría peligro. Como soy de naturaleza rijoso, a mí me la pellizcan —dije para mí—, y abandoné la sala.
Salí del recinto previa compra de un ejemplar de Cien fictimínimos. Microrrelatario de Ficticia, libro con que celebra el portal de Ficticia el décimo aniversario de su taller literario, cuyo proceso de selección corrió a cargo de una masa informe de internautas y de un grupo de escritores que sancionaron el florilegio de marras. ¿El resultado?
Del resultado me guardo la ponderación, no vayan a ficticiar de nuevo los antologados contra el comentarista.


Alfonso Pedraza (comp.), Cien fictimínimos. Microrrelatario de Ficticia, México, Ficticia, 2012, 113 pp. (Biblioteca de Cuento Contemporáneo, 34)

PS: “Si deseas leer el texto completo de Rubén Pesquera Roa”, pícale en el link, donde se publican sus palabras dichas en el museo referido.

1 comentario:

Amélie dijo...

Javier, lamento que se haya malentendido la broma que hice el día de la presentación de los 100 Fictimínimos. Te pido una disculpa sincera. Mi intención era limar asperezas, no agredirte en ningún momento. El asunto de las minificciones de Alfonso Reyes hace mucho que quedó atrás.

Agradezco también a quien le haya platicado el malentendido a un amigo entrañable; quien me hizo el favor de comentarme.

Por favor, quien tenga contacto con Perucho hágale llegar este mensaje.

Amélie Olaiz