martes, 18 de agosto de 2009

Columna invitada


DINOSAURIOS DE PAPEL

Federico Patán



Como es propio del caso, comienzo por un microrrelato: Érase que se era un niño llamado Javier. Un día de reyes recibió de regalo un microrrelato. Se enamoró del género y prometió dedicarle parte de su vida. Lo fue cumpliendo y todo resultó en la escritura de un libro. Como en el mundo vivía un editor llamado Marcial, interesado en el cuento, el libro fue editado. Como el libro fue editado, hubo una presentación. Como hubo una presentación, hoy estamos aquí. Fin del relato.
¿Qué propósito tiene Dinosaurios de papel. El cuento brevísimo en México? La cuarta sección del volumen nos lo dice. Es el capítulo final y de salida que, curiosamente, se llama “Umbral”. Dice, parafraseado, que uno de los propósitos del panorama es elaborar una estética del microrrelato, abocetar un decálogo (el verbo es peruchoano) y armar un modelo teórico del microcuento. Lo consigue de sobra, pero no se queda ahí. De mi lectura derivo otras aportaciones hechas por el libro. Las enumero.
A lo largo de las 255 páginas que lo componen hay inteligentes observaciones sobre la naturaleza del cuento brevísimo, que terminan por definirlo muy bien, con lo cual se evitan confusiones con prácticas literarias próximas como son el aforismo, la parábola, la greguería e incluso el chiste. Javier examina con precisión que elementos narrativos conforman una microficción, término que no impide la utilización de otros como minirrelato, minicuento, etcétera.
Cumplido lo anterior, el libro ofrece una muy breve historia de la microficción, permitiéndose arrancar con los chinos y pasar por los romanos para llegar a América Latina, donde la exposición hecha por Javier ralentiza su velocidad y atiende, casi país por país, la presencia del nanocuento en nuestro continente, con exigua mención de Estados Unidos. Entre los creadores del género mencionados se tiene a Borges, Ocampo, Jodorowsky, Vidales, Britto García. De cada uno de ellos se da información escueta pero suficiente.
Llegamos así a México, propósito central del libro. Aquí Javier lanza una afirmación apabullante si bien difícil de refutar: La edad de oro del microrrelato mexicano se dio en los cincuenta y en los sesenta. Lo posterior se sostiene en unos cuantos autores, que Javier examina en detalle y dando información muy pertinente sobre ellos: tendencia temática, tono de los textos, libros publicados. Es cuidado de investigador que también se detiene, incluso en mayor detalle, con los clásicos mexicanos, cuya nómina sin duda ustedes anticipan: Reyes, Torri, Arreola, Elizondo, Pacheco, Samperio, etcétera. No es de olvidar que la tercera etapa de estudio atiende a escritores que Javier llama de la diáspora. Es decir, aquellos extranjeros que, por causas generalmente políticas, decidieron vivir en México. Es de subrayar aquí el caso de Max Aub porque se lo está rescatando como autor de microficciones.
La exposición académica se ve interrumpida cada pocas páginas por la inclusión de microficciones, cuya función es plural. En primer lugar, confirmar con el ejemplo lo que se ha dicho de casi cada escritor analizado. En segundo lugar, servir de testimonio de cómo se desarrolló el género en México. En tercer lugar, constituir una antología disfrazada de estudio. ¿O será un estudio apoyado en una antología? Javier ha elegido muy bien los ejemplos, que hacen lectura deleitosa. A este deleite se agrega otro: las anécdotas que se incluyen. Por decir algo, de dónde surgió el cuento más famoso de Monterroso, o cómo se fundaron ciertas casas editoriales, o cómo se crearon ciertos talleres de minicuento.
De la seriedad con que Javier ha abordado este estudio da constancia todo lo mencionado hasta el momento. Pero es indispensable añadir otros detalles. Por ejemplo, las notas a pie de página, que testimonian la seriedad de esta empresa nada carente de buen humor. Esas notas aclaran puntos, ofrecen datos adicionales y una amplia bibliografía que se ve acrecentada con la final, abundantísima. En esas notas a pie de página aparece con cierta frecuencia Javier. Las menciones que de sí mismo hace el autor son pertinentes, ya que por lo general informan sobre el proceso de trabajo seguido por el autor.
Otro elemento: la opinión crítica. Cuando es del caso Javier alaba el producto literario que está comentando. Pero también cuando es del caso define con severidad el resultado literario de ciertos autores. ¿Necesitan ustedes un ejemplo? Asómense a la sección dedicada a René Avilés Fabila. ¿La curiosidad les pide más nombres? Véase la mezcla de alabo y queja que Javier propone respecto a Felipe Garrido o Martha Cerda. Que es justamente el papel que le corresponde a un crítico. ¿Los da Javier como juicios definitivos? No, los da como juicios javierinos, proponiéndolos para el diálogo.
Quien lea un libro de Javier Perucho sabe que está leyendo un libro de Javier Perucho. No porque tenga el nombre del autor en la portada, que lo tiene, sino por consideraciones más literarias: la prosa que Javier ha creado para definirse como escritor. Hay en ella una mezcla de erudición con fluidez de la escritura, hay una muy personal elección de términos (doy un ejemplo: “la algarabía de las balas” para referirse a una revuelta), hay un soterrado sentido de la ironía. A esto agreguemos la erudición en el tema abordado, la buena estructura dada al volumen, la inclusión ya mencionada de una antología, la bibliografía, las anécdotas que enriquecen el texto y es de aceptar que Javier ha escrito un buen libro. Pero por aquello de que el ego pudiera excedérsele en tamaño, apunto dos leves descuidos. Huberto nunca se apellidó Bátiz y sí Batis; Alejandro Finisterre es el seudónimo y no el nombre real del editor. Minucias que no nos descabalgan de una lectura placentera.

Javier Perucho
Dinosaurios de papel. El cuento brevísimo en México, México, UNAM / Ficticia, 2009, 255 pp.

(Texto leído por el autor en la Casa del Poeta, el 24 de junio de 2009.)