jueves, 23 de agosto de 2007

Microcuentística

Un decálogo para la nanoliteratura

Diez postulados para fomentar una política literaria de la nanoliteratura.

1. La nanoliteratura finca sus adoquines entre las formas de la expresión breve.

2. El salmo, el apotegma, la parábola; el cuento brevísimo, la greguería, el aforismo, el chiste literario y el poema en prosa, además de otros géneros literarios, es donde la poética de la brevedad traza sus linderos, donde obtiene su continente; continencias que forman el objeto de estudio de la nanoliteratura.

3. La adivinanza, el refrán, el chiste tradicional y demás arquitecturas expositivas de la oralidad popular, por ser anónimas y consecuencia de una tradición oral donde se condensa el saber abigarrado de la cultura popular, no se corresponden con la sistematicidad que pretende la nanoliteratura.

4. El imperio literario de los géneros mayores (novela, cuento, ensayo, poesía), eclipsó durante el siglo xix, a consecuencia de las urgencias cívicas y culturales de una nación emergente, a los “géneros menores”, que son el soporte del poema en prosa, el aforismo, el microrrelato… Ese peso de la tradición aún mantiene soterrado al pensamiento condensado y la invención breve. La tenue luz que obtienen de la academia o la tertulia literaria, se debe a la aparición súbita y meteórica de un nuevo libro aforístico o microficcional.

5. En el siglo xx, el microrrelato mexicano nace y es bautizado por Julio Torri, su padre literario. Edmundo Valadés, en la medianía de la centuria pasada, fue su mecenas y difusor continental.

6. A pesar de que el microrrelato se deja leer en un parpadeo, el tiempo dilatado es el crisol de su escritura.

7. Aunque se escriba sobre un grano de arroz, un cuento breve condensa un microcosmos: éste, el de los hombres pequeños de las mitologías, el de los tiranos o caudillos de que da cuenta la Historia; el de esa vida minúscula del hombre sin atributos que pasea en soliloquio por aquella esquina.

8. Como ars brevis, la microficción es un arte refinado con las duras piedras de río que remolca un siglo de escritura creativa.

9. En dos obras, la microhistoria y la microficción convergen: Pueblo en Vilo y La Feria. El mismo santo patrono ampara a las dos comunidades: san José. Los dos historiadores de pueblos, Arreola y González, que documentaron sendas microhistorias, también convivieron bajo su manto y corona.

10. El microrrelato es un género en sí mismo, autónomo, independiente de sus hermanos “mayores”, regido por leyes propias; posee un panteón de letras y una rotonda de literatos ilustres; un repertorio de obras y una tradición secular que lo legitima. Lograr la sanción de su canon es una tarea que apenas comienza.

Microcuentística

El grano de arroz

En Hispanoamérica abundan las antologías de la microficción. Casi podría afirmar que ya están disponibles para cada país, región y épocas los libros antológicos que compendian su evolución, temáticas, artífices, influencias y sustratos; sin embargo, hasta ahora no existía una historia literaria que abrazara la microficción en su complejidad literaria. Sí había, en cambio, estudios parciales que procuraban apuntar los antecedentes, iniciadores y protagonistas, e incluso acercamientos analíticos que trazaban las fronteras del microrrelato, sus simpatías y diferencias con otros géneros narrativos. En ese deslinde de fronteras e inventarios de obras invertimos una década. Considero que esa etapa ya concluyó, por lo que ahora corresponde emprender otra tarea, tal vez la más ardua, menos deleitosa quizá, pero potencialmente más innovadora por sus aportaciones a los estudios literarios.
De este modo y para sincronizar con el siglo xxi, la microficción nos plantea un desafío: elaborar la historia literaria de un género narrativo que reapareció con la modernidad de los pueblos, aunque encontró su eclosión en un tiempo donde un ritmo súbito acompaña nuestras vidas. Justamente ahí, en ese espacio y tiempo, radica la naturaleza de dicho género, pues su pretensión última es condensar la historia de la humanidad en un grano de arroz. Acomodar el espacio finito de una naturaleza, reducido jibáricamente, en el microcosmos de una nuez.
Así pues, un cuento breve condensa una vida: la de los animales fantásticos, la de los hombres pequeños de las mitologías, la de los tiranos y caudillos de que da cuenta la Historia, los sueños y las utopías; la vida minúscula del hombre sin atributos que pasea en soliloquio por aquella esquina. Ahí está, entonces, la argamasa con que los escritores adoquinan los senderos que transitan la microficción.
Ahora bien, aquella orfandad analítica ya fue vencida con la primera batalla historiográfica que emprendió Lauro Zavala en La minificción bajo el microscopio (México, UNAM, 2006), que ya se dispone en nuestro país aunque levemente tarde, pues la primera edición apareció en Colombia en 2005 (Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional). Antes de pasar a comentarlo, es preciso rendir una definición. ¿Qué es la microficción? Una pregunta que intentaré responder valiéndome de un conocimiento previo.
La adivinanza, el refrán, el chiste tradicional y demás arquitecturas expositivas de la oralidad popular, por ser anónimas y basamento de una tradición oral donde se condensa el saber abigarrado de la cultura popular, no se corresponden con la sistematicidad que pretenden los estudios literarios sobre la microficción, cuyos formatos de expresión se encuentran entre los continentes de la expresión breve, por ejemplo, en el salmo, el apotegma y la parábola, pero sobre todo en el cuento brevísimo, aunque eventualmente la greguería, el aforismo, el chiste literario y el poema en prosa, además de en otros géneros literarios —digamos, “menores”—, las poéticas de la brevedad trazan sus cotos de narración, tales soportes y sustratos integran su objeto de estudio.
La nanoliteratura es una disciplina literaria acorde con nuestro tiempo, cuyo campo de estudio circunda a los “géneros menores”. Por esa naturaleza, la microficción se afirma como el benjamín de los géneros literarios.
Esa novedad más los estudios universitarios la han puesto al día en los congresos, las revistas especializadas, los suplementos culturales y la difusión masiva de internet. Ningún otro género ha recibido culturalmente esa atención abrumadora, estamos entonces ante un hecho inusitado que ha beneficiado tanto a los narradores y editores como a los analistas literarios, pues las estrategias de escritura, formas de promoción del libro y metodologías de aplicación inéditas se han puesto en práctica. Asimismo la comprensión de la lectura en las aulas universitarias ha sufrido una transformación, pues la enseñanza de una de las habilidades de la lengua —la comprensión lectora—, se ha visto reformada con un proceso de análisis textual que aprehende, ubica, desmenuza y exprime significaciones a enunciados, símbolos y referencias culturales.
En el año de aparición de La minificción bajo el microscopio, aparecieron los cuentos breves de Guillermo Samperio (Alfaguara), uno de los artífices del microrrelato mexicano; el compendio de los cuentos breves de Alfonso Reyes (UANL), que revitaliza el legado alfonsino; un florilegio del cuento jíbaro (Ficticia), que continúa la estela de los muestrarios microficcionales latinoamericanos. También se realizaron dos congresos sobre el género de marras, uno en Buenos Aires (Argentina) y el otro en Neuchâtel (Suiza); para el 2007 ya se prepara la realización de uno más en el Cono Sur. Las revistas especializadas y omniscias también han colaborado con su estudio o difusión, entre ellas Laberinto. Todas estas prácticas culturales tienen como propósito acercarse a una definición del género, buscar su consenso y encontrar la formulación de un canon, así como su sanción literaria y crítica.
Ahora bien, esas mismas acciones tienen su correlato en La minificción bajo el microscopio, cuyo capitulado obedece a una puesta en práctica del saber literario relativo a la microficción. El capítulo de apertura encierra una teoría del género, lo secunda otro con una aproximación a la microficción del tiempo presente, el siguiente continúa con las expresiones del género en la órbita hispánica, el cuarto aplica un análisis literario en tres forjadores del microrrelato latinoamericano: Borges, Cortázar y Monterroso, además cierran el volumen una entrevista, un glosario y una puntual bibliografía que recopila la información relativa al género producida en las dos últimas décadas.
En este sobrevuelo se hecha de menos una aproximación particular al cultivo del género en las letras patrias, aunque con una exploración detallada de sus apartados esa presunta ausencia se colma, pues las letras mexicanas, como la literatura latinoamericana y en menor medida la anglosajona y española, se encuentran representadas en los nodos temáticos que anudan cada ensayo. Tales literaturas —o mejor dicho y escrito: narrativas— sirven a Lauro Zavala para aplicar, confrontar y ajustar los prolegómenos de una nueva teoría de los géneros narrativos. Además de entrelazar una red de enunciados, vocablos, conceptos y definiciones que sistematizan un marco teórico aplicable al estudio de la microficción.
En La minificción bajo el microscopio se establece una poética, una didáctica y una metodología propias para auscultar el género del milenio, cuya distinción cultural quizá se encuentre en el consenso y disenso del valor artístico y literario de la minificción.
La obra antológica, las tareas de difusión y práctica de la enseñanza sobre este singular género emprendidas por el también catedrático universitario, se representan en Relatos vertiginosos. Antología de cuentos mínimos (Alfaguara, 2000), El dinosaurio anotado (Alfaguara, 2002), La minificción en México (Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 2002), Minificción mexicana (UNAM, 2003), entre otras publicaciones. Esta empresa cultural, de estudio y divulgación consolida a su autor como uno de los cuentólogos mexicanos más consistentes entre una promoción de estudiosos que fijan al cuento como epicentro de sus inquisiciones analíticas. Asimismo esa obra crítica lo sitúa entre los principales historiadores del cuento brevísimo en Hispanoamérica, en medio de un comando de críticos literarios esparcidos por el mundo, que integran Dolores M. Koch en Estados Unidos, David Lagmanovich en Argentina, Fernando Valls en España, Violeta Rojo en Venezuela y Henry González Martínez en Colombia.
Queda pues, entre sus manos y bajo el escrutinio de su mirada, La minificción bajo el microscopio, de Lauro Zavala, cuentólogo.

Lauro Zavala, La minificción bajo el microscopio, México, UNAM, 2006, 254 pp. (El Estudio)
Monsiváis, máquina de la escritura

Estudiar a una celebridad viva es un acto digno de encomio, máxime cuando esa luminaria se llama Carlos Monsiváis, polígrafo que lo mismo escribe acerca de la época de oro del cine mexicano, el psicoanálisis, una crónica sobre los desnudos tumultuosos de Tunick en el Zócalo de la ciudad de México, los orígenes de la chicanidad, los más recientes fenómenos del bandolerismo encarnado en las hordas de los maras o la violencia citadina ejercida impunemente por los zopilotes del narcotráfico. El siglo xix tampoco le ha sido ajeno. El coleccionismo o su amor por los gatos tampoco. Un museo aloja ya sus piezas de arte popular.
Abro el diario El Universal del sábado pasado y me encuentro un ensayo sobre los maras firmado por él; más tarde hojeo el suplemento “Confabulario”, ahí me encuentro y leo una pausada elegía al recientemente fallecido dramaturgo mexicano Juan José Gurrola, también firmado por el mismísimo Carlos; al día siguiente, en Proceso, aparece publicada su columna “Por mi madre, bohemios”; días después, en la televisión abierta lo escucho y me regodeo con sus palabras y sus gesticulaciones sobre uno de los asuntos públicos que carcomen a la república.
Don Carlos siempre ha sido así: elocuente hasta en sus silencios, significativo incluso en sus modos gestuales, quiero decir, las formas en que no verbaliza también las barniza de signos por descifrar. Siempre ha sido así: abrasivo en sus temas, expansivo en sus originales perspectivas para abordar los más variados asuntos de la vida pública o la república literaria.
No creo que haya algún escritor vivo o fenecido del siglo xx que haya escrito con tanta abundancia, apenas alguno de los patriarcas del xix —pienso por ejemplo en Guillermo Prieto— quizá lo sobrepase en las dimensiones del librero que albergará tanto papel.
Es altamente probable que ningún tema de la mundanal vida se haya escapado a sus tratamientos, ya para divertirse, ya para aleccionarnos; ora para mofarse de la clase gobernante, o para exponer a los dinosaurios de la vieja izquierda. Nada le ha sido ajeno. Todo le es propio en sus pareceres culturales.
Sin embargo, lo más asombroso para mí de este talentoso escritor es la manera en que se actualiza, en que accede a la información más diversa, la forma en que su escritura, temas y fenómenos se rejuvenecen conforme se suceden en la actualidad.
La piel de su escritura se renueva cada vez que la inasible realidad cambia. Así, digamos por ejemplo, ante la aparición de los nuevos fenómenos del pandillerismo, él actualiza su perspectiva de análisis para ofrecer nuevas pautas de crítica que expliquen el fenómeno, busquen sus orígenes sociales y ofrezcan una prospectiva inmediata.
La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis me ha recordado ésa su peculiar naturaleza, me ha recordado también que para seguirle los pasos a don Monsi, dicho sea con el respeto y la admiración de un desconocido, es necesario haberse ganado una beca vitalicia, haber fundado un Centro de Estudios Monsivaisianos, cuyo mayor prestigio intelectual se concentre en las tareas acumulativas de su acervo, es decir, en ubicar, almacenar, sistematizar y divulgar sus siempre inabarcables e incompletas obras por la naturaleza de su talento.
En éste no tan ficticio Centro, uno de los primeros investigadores en lograr su asiento, es Jezreel Salazar, acucioso investigador de este fenómeno cultural llamado Carlos Monsiváis, pues se ha dado a la tarea de acumular toda la información relativa a la noción de urbe, las crónicas sobre la ciudad y los ensayos sobre la metrópoli que han salido de esa máquina de la escritura.
Luego de formar un cúmulo considerable con todo ese Himalaya de papel, lo cernió a la hora del viento, entonces —y sólo entonces— ordenó los granos y arrojó las mazorcas. Con ello, en dos apartados y un texto liminar, conduce al lector por los vericuetos de una ciudadela.
Digo ciudadela porque es tanto lo escrito por Monsiváis sobre el tema de la ciudad en más de cincuenta años de vida y escritura, que si esparcimos sus cuartillas escritas y publicadas perfectamente tapizarían los senderos, los jardines, las vías de acceso, las paredes y las puertas de cualquier plaza citadina. Ni una vereda tendría accesible el peatón para vagar libremente entre tanto folio impreso.
Tiene otro mérito el libro de Jezreel. La ciudad como texto es apenas el segundo libro disponible y accesible en las librerías mexicanas que aborda la naturaleza escurridiza del escritor, cronista, historiador literario, editorialista, fabulador y, como dice el profesor universitario, el “moralista” Monsiváis. Situación que me alegra, me alienta que este libro sea de la autoría de un escritor mexicano de la nueva guardia, porque el primero en aparecer pertenece a una investigadora norteamericana (Linda Egan, Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo, México, fce, 2004). Me alegra también que éste su más reciente libro haya sido merecedor del premio nacional Alfonso Reyes en el 2004.
Aquí termina —o comienza, según se vea— la bibliografía crítica sobre este escritor nacido en el Distrito Federal en el remoto año de 1938.
De allí se desprende otro de los aciertos del libro: ante la ausencia de fuentes documentales, Jezreel no se amilanó para enfrentar a esa máquina de las mil teclas. Entró a un lote baldío, aplanó sus protuberancias, aró la parcela y nos entregó un libro pleno de novedosos acercamientos, explicativo en más de un momento. Naturalmente, original en sus aportes, ya que se vale del análisis cultural para sostener sus interpretaciones y escolios a la obra de Monsiváis.
La ciudad como texto es un ensayo amable en su escritura, claro en su exposición, elocuente y administrado en el uso de sus citas, de las que, como lector suyo, demandaría a los editores una explicación a estas dos preguntas, ¿por qué suprimieron las notas a pie de página que nos aclararían las referencias de cada cita? Apuesto a que el manuscrito de Jezreel las contenía. ¿Por qué no agregaron para compensar tal ausencia una bibliografía final? Con ello el volumen no hubiera perdido su levedad; al contrario, hubiera ganado en precisión documental.
Apenas hecho de menos ese corpus bibliográfico por que me podría haber orientado en otras inquisiciones personales y profesionales; sin embargo, los títulos más puntillosos y las crónicas urbanas más elocuentes de Monsiváis están presentes a lo largo del libro, así como en un puntual apartado que consigna la obra reunida. Dejo aquí mis comentarios a la edición, pulcra y esmerada por lo demás, para regresar al cronista y a su analista.
Infiero de mi lectura del libro de Jezreel que para ser el cronista oficial de la muy amada y terrible ciudad de México, hay que haber nacido en la persona de Carlos Monsiváis, quien prosigue la tradición de Salvador Novo, de quien por cierto es su mejor biógrafo. Una tradición que es a la vez una postura política, pues al explorar los bajos fondos, transitar por las esferas de poder, circular entre las divas para después escribir su hagiografía, frecuentar a la aristocracia y a los hombres del poder económico para bocetar sus cataduras morales establece los registros de una sociedad piramidal; además de ser el mismo otro peatón bajo la lluvia, al viajar en taxi, comprar un boleto de Metro para aporrear unas teclas y escribir en el ocaso de la tarde cómo se desenvuelve la vida en México durante el régimen calderonista.
Escribí “desarrolla la vida” porque el tiempo verbal de la crónica se conjuga en tiempo presente. La crónica contemporánea habla del hoy, el aquí y el ahora, trata de una circunstancia perecedera que se escribe como se vive en el presente.
Los hechos del pasado interesan a los historiadores; a los cronistas que la practican en la actualidad les interesa el registro del presente, no el tiempo fugaz del porvenir, menos aun el tiempo fosilizado del ayer.
De ahí tal vez brota el interés que despierta Monsiváis en sus lectores contemporáneos y en sus primeros críticos: habla de ellos, por ellos y con ellos, al fin somos ciudadanos con voluntades y deseos que cohabitamos en la misma urbe.

Jezreel Salazar
La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis, México, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2006, 211 pp. (Senderos)
ELIZONDINA

En cuanto a su literatura sabemos casi todo sobre los afluentes, influjos y ascendientes que adoptó Salvador Elizondo en sus procesos de escritura; iconográficamente conocíamos algunas imágenes de familia, trabajo y circunstancias de socialización, procedentes de varios acervos, pero sobre todo por imágenes debidas a Paulina Lavista; literariamente, aún no teníamos acceso a los testimonios, las valoraciones de sus contemporáneos y a la rendición de afinidades de sus discípulos y nuevos lectores, que se han acercado a él como forjador de una nueva sensibilidad. Justamente esas tres dimensiones se entretejen en El extraño experimento del profesor Elizondo (TEVEUNAM-INBA-Pleroma, 2006), más un bono cinemático que es una revelación: el tránsito de Elizondo por el cine, de cuya experiencia surgió Apocalypse 1900 (Michel Alban, productora, 1965). Escribo revelación, por que para muchos de sus lectores actuales es una noticia nueva esa incursión elizondina por las fantasmagorías del cine, afición heredada por línea paterna, vocación consolidada en la plenitud de sus treinta años. A falta de un volumen que compile testimonios, valoraciones y crítica, El extraño experimento del profesor Elizondo, dirigida por Gerardo Villegas, cumple naturalmente con esa doble función social y cultural de rendir un homenaje a esa rara avis que fue Salvador Elizondo, grafógrafo.

Cinefilias

El cine ha sido receptáculo natural de la invención literaria mexicana, aquí encontrará por lo tanto su eco de evaluación crítica.

Ensayística

El ensayo literario será el recipiente de esta sección, que habrá de notificar su trayectoria en el presente; como género tiene una enorme actualidad, pues libro a libro evoluciona en temas, estrategias y perspectivas. Por esa naturaleza en transición, el espacio literario de acogida será el ensayismo en español.

Cuentalia

El cuento mexicano merece una consideración detenida por su secular tradición, portento de invenciones y persistentes cultivadores. Esta sección habrá de alojar las novedades sobre el género.

Aforística

Dado que el aforismo mexicano tiene una larga tradición en su cultivo, pero no así su respectiva resención y mucho menos la necesaria consideración analítica que merece una género donde la expresión de ideas refleja la madurez y la experiencia del escritor de aforismos, modalidad que se creía propia del literato maduro, en la plenitud de sus recursos, pero desde hace un tiempo reciente, ese dictum ha sido vencido por la avalancha de novísimos escritores que han dado a las prensas sus aforismos para difundirlos entre la grey. Su aparición pública será el ritmo de sus comentarios.

Microcuentística

El cuento liliputense, jibárico, tendrá aquí su natural espacio de ponderación crítica. La microficción en México e Hispanoamérica son las coordenadas de ubicación espacial de los comentarios críticos que aquí encuentren alojo.

Septentriones

Dado que los escritores del Norte adquieren cada vez mayor importancia en las letras mexicanas, esta columna será enfocada a esa particular geografía.

La novela quincenal

La novela mexicana reciente es el centro de esta sección, que intentará dar noticia quincenal de las más relevantes apuestas, certezas y canonizaciones del panorama literario mexicano del siglo XXI.