viernes, 30 de noviembre de 2007

Microcuentística

EL MICRORRELATO MEXICANO: CLÁSICOS Y MODERNOS
FERNANDO VALLS

Javier Perucho, ed., El cuento jíbaro. Antología del microrrelato mexicano,
Ficticia, México, 2006, 164 págs.

México, Argentina y España han sido los países de habla hispana en los que el microrrelato ha tenido un mayor desarrollo, calidad y difusión. Si a estos países les añadimos Estados Unidos, podríamos hablar de prácticamente toda la literatura universal o, al menos, de toda aquella que nos resulta familiar. Entre los grandes escritores mexicanos que ahora nos ocupan se encuentran nada menos que Julio Torri, Edmundo Valadés, Juan José Arreola, Augusto Monterroso, René Avilés Fabila, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco y Guillermo Samperio, autores todos ellos imprescindibles en cualquier recopilación que pudiera hacerse del microrrelato en castellano. En este volumen se recoge tanto su obra, como la de otros narradores no menos sugestivos. Así, por ejemplo, José de la Colina (nacido en España), Margo Glantz y el más joven Juan Villoro.
Pero, por fortuna, este libro no se limita a ser una antología más al uso, ya que junto a los textos de 56 autores (¡lástima que sólo se nos dé un microrrelato por cabeza!), aparece un prólogo, un epílogo y la correspondiente bibliografía (lamento tener que decir que tan incompleta como arbitraria), así como varios decálogos (algunos de los más célebres dedicados al género y otros encargados expresamente por el autor) sin olvidar un par de antidecálogos, aunque varios de ellos tengan más que ver con el cuento que con el microrrelato.
Citados ya los autores imprescindibles, de sobra conocidos, y sin necesidad de insistir más en ellos –voy a hacer no obstante una excepción con “Relato de Eustolia”, de José Emilio Pacheco–, me gustaría destacar, por su indiscutible calidad, unas cuantas piezas que es muy probable que el lector español desconozca. Son “Taxis y hoteles” (Mónica Lavín), que reutiliza un motivo de El amante, de Pinter; “Cada mujer: un museo” (Luis Humberto Crosthwaite); “Carnicería” (Luis Ignacio Helguera); “El príncipe azul” (Luis Bernardo Pérez) y el texto de Ana Clavel (“Inocencias hitlerianas”). También es preciso llamar la atención sobre un par de narraciones que juegan o bien con el título, como la denominada “Un cuento policíaco, originalmente escrito en alemán, cuyo título es más largo que el cuento mismo” (Javier García-Galiano), o bien con el desenlace, según ocurre en “Fin” (Ricardo Chávez Castañeda). Aunque sólo hubiera sido por su valor literario, ya hubiera merecido la pena haber editado esta antología, que además proporciona una idea bastante creíble sobre cuanto significa hoy el microrrelato mexicano clásico y actual. Así pues, hay que felicitar al autor por haber cumplido con su principal objetivo.
No se nos aclaran, en cambio, los criterios utilizados para componer la presente antología, como tampoco acabo de comprender qué orden guardan los textos. Sorprende, por otra parte, la cantidad de piezas, hasta un total de ocho, en las que se produce la reescritura de algún episodio de la historia o de la literatura. Y no escasean tampoco las que exaltan las virtudes del relato oral; o las que se ocupan del doble (“Conocí a un hombre”, de Jaime Moreno Villarreal); utilizan la hipálage (“Por ventura”, de Marcial Fernández) y la parodia (el de Otto-Raúl González trata de los agradecimientos que aparecen en los libros), procedimientos todos ellos habituales en el género. Aunque, para mi gusto, el microrrelato más curioso y sorprendente sea “Susana y la piedra”, de Ignacio Betancourt.
Tampoco puedo dejar de decir que la edición es tan atractiva y cuidada como todas las de Ficticia, lo que debe ponerse en el haber de su editor, Marcial Fernández, también afortunado cultivador de este género en auge.

(Reseña publicada en la revista Mercurio (Sevilla, España), núm. 92, julio-agosto de 2007, p. 32.)