jueves, 6 de septiembre de 2007

Chicanalia

Los invisibles

Javier Perucho

Al menos desde la década de los años setenta, los más destacados escritores chicanos se ufanaron en publicar sus libros bajo el sello de editoriales mexicanas. Dichas obras no fueron escritas exclusivamente en español, como en el caso de las de Miguel Méndez o Alejandro Morales, también fueron pergeñadas en inglés como primera lengua, tal fue el caso de Pocho, la novela pionera de José Antonio Villarreal, que en 1972 fue traducida y publicada por la desaparecida editorial Novaro.
Por supuesto, una década atrás la intelectualidad chicana ya se había ocupado y preocupado por ver traducidos y editados sus libros en español mexicano, cuando menos, y en ello empresas como Novaro, El Caballito, Nuestro Tiempo, Extemporáneos y tantas otras desaparecidas del actual panorama cultural mexicano, lograron un papel destacado. En la actualidad esa función cultural la siguen cumpliendo otros sellos editoriales cuya presencia arropa una región o circunda la república, que consideran afablemente a los chicanos, los méxico-americanos y, más recientemente, a los mexicanos que viven en Estados Unidos, compatriotas que huyeron de la “suave patria” por las condiciones de miseria en que habían vivido por lustros.
Sin embargo, por el gobierno de la moda global, la tiranía del mercado y el marketing literario, el reconocimiento que las editoriales nacionales debían a los escritores de ascendencia mexicana arraigados en las tierras del norte americano, se ha desvanecido, por desgracia y para empobrecimiento del diálogo cultural que se había establecido entre la sociedad mexicana y el pueblo chicano.
A pesar de ese desvanecimiento, dichas tareas de cultura las han estado ejerciendo sosegadamente las editoriales de bajo presupuesto, las casas tipográficas independientes, así como las editoriales de las casas de cultura locales, los institutos regionales y estatales, que las sobrellevan con éxito, apegados a la convicción de que si los chicanos ya forjaron una literatura, por lo tanto conforman una comunidad de alta cultura a la que deben dedicarse los mejores afanes en la consideración social, divulgación pública y empeño en el criterio analítico de sus fenómenos artísticos. Más aún en este tiempo político en que constitucionalmente ya es viable el ejercicio del voto transfronterizo, binacional, y la doble nacionalidad exige una atenta deferencia de los conciudadanos radicados en el extranjero.
De esta manera, el sufragio y la representación política que se discute en las cámaras, la inmensa demografía tramontana y su alto poder adquisitivo impondrían las líneas del catálogo a cualquier editorial atenta a las vicisitudes del México peregrino. Del mismo modo, las universidades, las instituciones dedicadas a la promoción de la cultura y la república literaria en algún momento se verán obligadas a reconsiderar ese universo en expansión que representa la mexicanidad alojada al norte del río Bravo.
Por lo tanto, el patrimonio cultural que se realice allende las fronteras nacionales por chicanos, méxico-americanos o mexicanos viviendo en Estados Unidos, también formará parte del acervo artístico de México, puesto que compartiremos en un futuro no muy lejano los mismos derechos ciudadanos, políticos y culturales.
En su dramática historia, los chicanos han forjado una cultura en la que las expresiones literarias han tenido un papel socialmente significativo y sus escritores otro más relevante, pues las circunstancias adversas los convirtieron en líderes sociales que defendieron a su minoría comunitaria. Por ello, con su narrativa han expresado ese intenso batallar de la asimilación o el rechazo. En su cine y drama también nos han participado de su condición de marginados sociales, héroes de una epopeya en la que Ulises aún no vuelve victorioso a la patria nativa. También la poesía fue el vehículo de comunicación que notificó las inclemencias sociales bajo las cuales vivían. No podría esperarse otra cosa del acto literario ni de sus protagonistas cuando socialmente se pretendía subyugar a un pueblo y aniquilar su cultura. Al sometimiento se respondió con el testimonio; al castigo con la fiesta; al aislamiento, con la hermandad. Al silencio hostil, con el habla. En particular, Renato Rosaldo les respondió con una plegaria.
Tradicionalmente, a la poesía chicana la hemos asociado con la combinatoria de dos lenguas en contacto: el inglés (la lengua de recepción) y el español (la correa de transmisión de las tradiciones, la idiosincrasia y la fraternidad). Sin embargo, de un tiempo a esta parte esa estrategia literaria ha sido matizada por sus practicantes para sopesar su hallazgo lírico, el aporte poemático, la innovación artística. O bien, como en el caso de Lucha Corpi y Renato Rosaldo, por mencionar un par de ejemplos en ejercicio poético de rigor, presentar el poemario en una edición bilingüe. Una destreza editorial para mí novedosa y propositiva, reservada de antaño a los poetas de otras latitudes y otras lenguas, cercanas o remotas.
En su escritura diaria, Corpi concibe sus poemas en español, pero cuando domeña sus cuentos y ensayos, o acomete la filigrana de una de sus novelas policiacas, recurre invariablemente al inglés; en el caso de Renato, intuyo que para tramar sus ensayos antropológicos de estirpe filosófica, se vale del inglés, e infiero por la página legal y el colofón de Rezo a la Mujer Araña, los cuales no proporcionan el crédito del traductor, que se confedera con la lengua de sus antepasados para configurar el universo de su poesía.
Universo poblado de seres quiméricos; es decir, de los invisibles que pueblan las calles en Norteamérica: el taxista, el jardinero, los mexicanos, el jánitor, quienes expresan a través de esta poesía los signos inequívocos de una mexicanidad fracturada, pero también muestran el respeto ganado, el honor de las cofradías, la exigencia del reconocimiento propio y ajeno. La amistad entre camaradas. Los asuntos de la vida y la muerte. La aniquilación del cuerpo por el sosegado transcurrir del tiempo. Y detrás de todos esos asuntos —sobre todo en la primera parte, “Los invisibles”—, como una filtración de agua en piedra porosa, la sapiencia del antropólogo, las tareas y nubarrones del académico, sus condiciones de paternidad. Experiencias y sustratos que dan un rasgo distintivo a la escritura poética de Rosaldo.
Tal escritura se vale para su amasamiento del coloquialismo, del diálogo ameno, y del cada vez más usual estilo indirecto en la poesía. El prosaísmo es otro de sus recursos, como la muy mesurada utilización de la mixtura idiomática, aunque se recurre obligadamente a ella, sobre todo cuando se trata de rendir tributo al chicanísimo poeta José Antonio Burciaga.
No apunto nada sobre la formación ni sobre las influencias del bardo, porque en la solapa izquierda del volumen se notifican; sin embargo, se trata de un escritor escasamente conocido en este país, no así su trayectoria como antropólogo —Ilongot Headhunting; Cultura y verdad— o su exitoso itinerario como académico en las universidades de Stanford y Harvard.
Y en este punto confieso mi deuda y agradecimiento para con Cristina Rivera Garza, ya que gracias a ella me encontré con una poesía, una tesitura y un vocablo que, a pesar de entretejer el desamparo, la soledad y la exclusión, no pierde la dignidad ni la belleza de su canto. Un canto que atiende los asuntos de las pequeñas cosas, la vida doméstica, el transcurrir bucólico en la campiña y las desgracias familiares en la gran urbe.
La segunda parte del tríptico, “Rezo a la Mujer Araña”, versa sobre el dolor y la pérdida, la ausencia materna, la muerte de los seres entrañables, el sufrimiento por los ausentes. Tal vez esta sección sea la más autobiográfica, pues se finca en el sustrato de la vida del poeta, aunque las otras divisiones comparten rasgos de ese mismo denominador común.
La tercera, “Voces nocturnas”, puede ser el bloque poemático de mayor interés, pues ahí se encuentra un asunto de vital importancia para los transterrados del mundo: el retorno al país natal. Ulises regresa a Ítaca.
El retorno ha sido abordado también en dos obras chicanas de reciente aparición en México: la novela Caramelo, de Sandra Cisneros, donde la protagonista avecindada en Illinois, vuelve con su familia a la ciudad de México y en ese retorno, de paso, se dibujan costumbres, hábitos e idiosincrasias nativos; y el ensayo testimonio Cruzando la frontera, de Rubén Martínez, quien realiza el viaje inverso, tratando de comprender las razones que empujan la migración que tiene su punto de partida en Michoacán y cuyo destino son las ciudades de Chicago o Los Ángeles.
En su repatriación, Ulises se encuentra con una Ítaca —léase Guadalajara, en Renato— donde se gobierna desde la corrupción, el paraíso que era fue convertido en zona residencial y blondo retiro jubilar, y sus formas de gobierno admiten sin culpa el burocratismo, la mordida y el inefable desempleo. Aunque también convive y barniza todo la primigenia narrativa rulfiana: el congénito mundo de los difuntos, las costumbres funerarias y el culto a los muertos. El placer de los vivos y su obligada penitencia. El ciclo de las estaciones en la Perla de Occidente y su efecto benefactor en la campiña, liberador en el sujeto lírico.
En conclusión, Rezo a la Mujer Araña es la muestra más refinada de la nueva poesía que están escribiendo los literatos chicanos en el nuevo milenio. Una poesía valiente, que reconsidera sus técnicas y recursos, admite temas menores y problemas universales, en aras de la expresión de la condición humana de los expulsados del paraíso anglosajón.
Al vivir en un tiempo de incredulidad, bajo la presunción del fin de las utopías y el derrumbamiento de la historia, el título del poemario (Rezo a la Mujer Araña) no nos mueve sino a reconsiderar el advenimiento de un tiempo de fe, de fe en nosotros, los invisibles.

Renato Rosaldo
Prayer To Spider Woman / Rezo a la Mujer Araña
Coahuila, Instituto Coahuilense de Cultura-Gobierno del Estado de Coahuila, 2003, 137 pp.

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