viernes, 24 de agosto de 2007

Septentrión

La fiebre por el narcotráfico

La fiebre por la recreación de los flagelos que causa el narcotráfico ha contagiado las letras del cono sur; esa temperatura literaria principalmente la sufren la novela colombiana: La virgen de los sicarios (Alfaguara, 1999), de Fernando Vallejo, o Leopardo al sol (Anagrama, 2001), de Laura Restrepo, dos de sus ejemplos más recientes; y la brasileña: Inferno (Companhia das Letras, 2000), de Patrícia Melo, que también la padece.
La novela del narcotráfico es un fenómeno literario típicamente latinoamericano, que intenta mostrar cómo esa subcultura carcome a las instituciones, muestra también el grado de su penetración social y, sobre todo, que en la batalla sin tregua entre el Estado y los capos, éstos llevan la iniciativa de combate. De ese encuentro brutal —coinciden la ficción y la realidad— surgen engendros sociales como la impunidad, la corrupción, la represión y la desaparición forzada de la ciudadanía cómplice o inocente.
Los escritores mexicanos no han querido quedarse rezagados en la exploración de esa veta. Ya Óscar de la Borbolla escribió su parodia en La vida de un muerto (Nueva Imagen, 1998). Sin embargo, el tema y su explotación siguen siendo patrimonio casi exclusivo de los narradores radicados en la frontera norte mexicana, pues son ellos quienes más se han impregnado en su trato cotidiano de esos crudos modos e inciviles hábitos de vida. Ellos los han vivido y padecido. Saben de los estragos sociales que ha causado el poder del narcotráfico. Conocen sus mecanismos, la forma de enquistarse en los estamentos sociales, así como la tenia de las adicciones entre los grupos más vulnerables, pero también entre los grupos de poder regional.
El ejemplo más reciente es la novela del escritor sinaloense Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), El amante de Janis Joplin, en la que al explosivo tema del narcotráfico, ayunta la pasión del beisbol, los trasiegos de enervantes por la guerrilla sesentera en bendita alianza con el narco, la fugaz aparición de la legendaria cantante del rock ácido, la Bruja Cósmica; la delincuencia organizada en la figura de los representantes de la ley, la tortura a los sedicentes y la impunidad otorgada a los órganos de seguridad. Con esos elementos hace de El amante de Janis Joplin una novela escrita con el más típico léxico de la época (el contestatario, el caliche y el regional), hábilmente estructurada, impecable en sus diálogos y monólogos entretejidos.
Los personajes (los narcos, los guerrilleros, los judiciales, el capo, los presos comunes; las novias, las amantes y las familias) cumplen a cabalidad su papel de protagonistas o comparsas. Y sus motivaciones (ascenso social, voluntad de cambio, poder) son reales por verosímiles.
Ciertamente, Mendoza redescubre esas zonas al norte de la república donde el narcotráfico ha montado sus reales, regiones de las que difícilmente se podrá erradicar, mientras —así se postula implícitamente en la novela— la demanda estadounidense de paraísos artificiales siga a la alza.
El amante de Janis Joplin es el más certero recuento literario de la avasallante subcultura del narcotráfico en las franjas fronterizas, donde se enseñorea, acampa y se recrea en sus códigos, vestidos y gestualidades, léxico, música y leyes.

El amante de Janis Joplin
Élmer Mendoza
México, Tusquets, 2001, Andanzas, 246 pp.

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